lunes, 30 de abril de 2012

QUITA

 

“Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito.

Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro.

Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo..."

El Principito.

La primera vez que te vi,  eras minúscula. Eras una bolita sonrosada y blanca, que cabía en mi mano y sobraba espacio para colocar a tu lado a tu hermana.

La segunda vez que te vi, llorabas y berreabas sin control, mientras tu madre alimentaba a tu hermana. Yo no sabia que no debía tocarte, así que te tomé del cuerpo y te acerqué a una de las tetas de tu madre. Te prendiste de ella y comenzaste a mamar.

Así fue como te conocí, adorada Quita. Así fue como llegaste a mi vida y la compartiste por dieciséis años. Recuerdo tu cara de diablito enojado cuando alguien te alzaba para verte. Refunfuñabas y gruñías arrugando tu nariz sin piedad. Ese día llegué y las veía: a tu hermana, a tu madre y a ti. Te alcé y te coloqué en el bolsillo de mi camisa.

Mírala. Es la primera vez que veo que la agarran y no chilla” – dijo  mi madre.

Ahí fue cuando sellamos nuestra amistad. Cuando te acomodaste en ese bolsillo con tus patas delanteras colgando de la orilla, tu cabecita acurrucada en mi hombro, mientras yo me sentaba en la computadora a hacer la tarea.

Cuando de seis personas en la casa, me escogiste a mí para ser tu dueño. Dueño, qué demonios, cuando me escogiste para ser mi dueña. Yo nunca fui tu dueño. Como todos los gatos, tu elegiste a un humano para que fuera tu mascota. Y ese fui yo.

¿Recuerdas cuando platicábamos? Sí, la gente dirá que estoy loco por hablar con una gata. Pero yo tenía muchos amigos, y a la vez no tenía nadie con quién hablar. Nadie que me escuchara. Pero tu estabas ahí, con esa mirada verde y profunda que parecía decir “Hey, no todo es tan malo” o “No te quejes. Puedes hacerlo mejor”, pararte y restregarte contra mi pierna porque querías jamón. Dios, adorabas el jamón.

Cuando ya no cabías en mis bolsillos, pensé que empezarías a irte de vaga. Pero no. Fuiste práctica: brincaste del bolsillo a mis hombros y ahí te quedaste. Habías encontrado tu nuevo lugar. Eras la única gata perico del mundo, trepada desde ese observatorio, veías al mundo con indiferencia. Me botaba de la risa, de tener una gata perico, mientras caminaba contigo.

Siempre fuiste esbelta y ágil, no pesabas mucho. Eras puro músculo y energía, incansable. Verte brincar y retar a la gravedad siempre fue un deleite. Las piruetas tan locas que ejecutabas no se las he visto a ningún gato. No espero volverlas a ver de nuevo. Eras única.

¿Recuerdas cuando veíamos la televisión? Los dos acostados, con una lata de leche condensada La Lechera grande. Tomaba yo una cucharada sopera de la lata, y malévolamente te embarraba una parte en el hocico mientras yo me comía los demás. Si mi madre lee esto se va a infartar, pero ya no importa ¿verdad Quita? Nuestro pequeño secreto ya puede ser revelado al mundo: comíamos de la misma cuchara. Ambos nos relamíamos los bigotes, pues nos fascinaba La Lechera.

Eras una cabrona. Cuando ya no estaba tu padre, el Bicho, mantenías a raya a los gatos visitantes. Eran por lo menos una tercera parte más grandes que tú, pero eso no te importaba, igual te abalanzabas y los corrías de la casa. Cuántas veces salí corriendo desaforado de mi cuarto porque escuché que te estabas peleando en el jardín con alguno, para que cuando llegara viera al gato en penosa huida y tú, con una calma mirada que siempre interpreté como lo más cercano que tenias a una sonrisa, como diciéndome “¿Ves? No pasa nada. Vamos por jamón”

Algo que me causaba mucha gracia era como cuando platicaba yo con alguien en el patio de la casa, te acercabas a vernos, como preguntando “¿Y este quién es?”. Lo observabas fascinada cinco segundos, antes de regresar a tu natural indiferencia gatuna. Hubo amigos míos que nunca te agradaron. Supongo que viste lo que yo no podía ver en ellos, y que años después se demostraron como los cretinos que eran. Entonces me sentaba en el jardín decepcionado de ellos y tu brincabas a mi regazo, te acurrucabas y me mirabas a los ojos.

No sé como lo hacías. Pero siempre sabías cuando estaba triste. Dicen que los gatos no son cariñosos. Pero cuando más triste estaba, siempre llegabas, te acurrucabas, me veías a los ojos y restregabas tui cabecita contra la mía. Cuando más triste estaba, más tenías ese gesto. Más de una vez tu pelaje secó una lagrima traicionera de mi ojo. “Todo esta bien. Vamos por jamón.”

Una vez, sólo una vez no apareciste por dos días. Sentía que se me acababa el mundo. Es la única vez en mi vida que he hablado con alguno de mis vecinos. Toqué todas las puertas. Qué ridículo debo haberme visto con los ojos desorbitados, con una foto de una gata a manchas atigradas grises y blancas de ojos verdes y nariz rosa, mientras parloteaba incesantemente “¿No la ha visto? ¿No andará por aquí? ¿Me permite revisar su azotea?”.Pero no me importaba, porque tenía que encontrarte.  Apareciste así como te fuiste. Volteé a la ventana y ahí estabas. Abrí presuroso, entraste con la mayor displicencia del mundo pasando a mi lado con la cabeza en alto con cara de “Ya llegué ¿No hay jamón?”.

Teníamos diez gatos. Pero sabias que yo era tuyo, y no te molestaba que cargara a alguno de los demás. Profundamente, sabías que yo te pertenecía.

Cuando dormías conmigo, qué enredijo armábamos. Muy mono, armé una camita de cojines para que durmieras en mi cuarto. Siempre te importo un comino. Preferías dormir entre mis pantorrillas recargada en una de ellas. Y yo que siempre he sido un loco para dormir, más de una vez te saqué volando sin querer. Recuerdo que una vez no te encontraba: estabas envuelta en el enredo que hice con el cobertor a la hora de dormir. Sacaste la cabeza y me miraste con cara soñolienta bostezando “Buenos días, ¿ya estará el jamón?”

Qué día tan infausto fue el que me dijeron que te me estabas muriendo. Que ya no tenían remedio para ti, porque no tenían registrados casos de gatos de más de doce años. Y tú ya tenias quince, ibas para los dieciséis. Que te mantuviera cómoda y esperara la inevitable. Mientras tuvieras calidad de vida, estarías conmigo. No quería verte sufrir, pero no tenía el valor para hacerlo lo que pedían. Y dije “Mientras tenga calidad de vida. Mientras no esté sufriendo.” Habías tenido una larga vida. Mas de lo que cualquier gato había podido esperar. Una buena y larga vida.

Eras dura. De ese día, duraste siete meses. Nunca dejaste de caminar, comer o disfrutar la vida. De subirte a mis hombros, de tenderte en el jardín, de cazar mariposas. Nunca pude quitarte ese hábito, pero era tu naturaleza.

Hasta el día que te quedaste dormida. Te fuiste  en el sueño de los justos. Mi amiga, mi amiga de tanto tiempo, ya se había dormido. Te acuné por última vez entre mis brazos y te deposité en la tierra. Mi amiga.

Alguien me dijo que ya estaban clonando gatos, que no me preocupará. ¿Clonarte? ¿Será igual? ¿Tendrá tu carita, tus gestos, tu espíritu? No, no creo, es una posibilidad demasiado perdida en la fantasía. Quién sabe. A lo mejor, si un día se logra , pues . . . no,  que va.  No serás tú, de todas maneras.

Yo sé que un día voy a sentir que me falta un peso en los hombros. Sé que voy a sentir frío porque ya no estarás ahí. Pero sé que ya no sufres, que estas contenta y descansando en el Lugar Mejor.

Entre las cosas que espero el día que dejé este mundo, es ver a todos los que me han precedido.  A toda mi gente.

También espero verte, mi pequeña amiga. Con tu carita diciendo “Hey ¿dónde estabas?. Todo esta bien. Vamos por jamón.”

Hasta luego, mi pequeña Quita.

martes, 10 de abril de 2012

NECESITAMOS UNA REVOLUCIÓN DEL CORAZÓN.

Mis años ya no me permiten mentir. He visto ya a alguna cantidad de gente gobernar. Azules, tricolores, amarillos, verdes. Tristemente, el sistema es el mismo en todos los casos. El sistema es el mismo para todos.

¿Por qué?

Porque el sistema esta hecho por todos nosotros. Decimos que el gobierno tiene la culpa, solapa crímenes, encubre negocios turbios. Pero desgraciadamente también nosotros somos parte de ese sistema, somos parte que consume drogas, somos parte de esa inmensa mayoría que soborna, que se brinca leyes, que pone diablitos para pagar menos luz porque la CFE hace cobros excesivos y asi podemos tener un inmenso y asqueroso etcetera.

Para todo hay mercado en este país. Hay gente que compra drogas. Hay gente lucha contra sus adicciones. Hay gente que hace trata de blancas, vende robado y asesina, porque hay mercado para ello. Hay gente que combate estos males, porque han sido tocados por ellos. Porque los verdaderos responsables de combatirlos, ya estan demasiado permeados por ellos.

Sin mercado, no hay oferta y no hay demanda.

Asi que hay que hacernos responsables de las partes que nos corresponden. No sobornes. No hagas negocios turbios. Cíñete a la ley. Y con esa base, exijamos a los políticos propuestas concretas sobre nuestos grandes problemas, que no nos vean como una masa estúpida que se traga lo que sea. Averigüemos sobre sus propuestas, hagamos un voto razonado, aún contra los miles de acarreados, chantajeados y partidistas sin criterio.

Hagamos una revolución del corazón de la gente de este país. Lo necesitamos antes que una revolución armada. Hagámoslo en los niños. En ellos esta la semilla de un mejor mañana.

Hagámoslos humanos, gente que se preocupe por su entorno sin ser obsesivos, que se preocupen de sí mismos sin ser egoístas, que entiendan que la base de una sociedad es el esfuerzo común y la recompensa para todos, que se ocupen de lo que esta fuera de ellos mismos.

Nos urge una revolución del corazón.