miércoles, 19 de septiembre de 2012

27 AÑOS DESPUÉS . . .

 

. . .aún me recuerdo parado en el quicio de la puerta de mi baño, con la toalla en la cintura, todo mojado porque mi padre me había sacado de bañarme cuando comenzó el temblor. Mi padre , a mi lado, mientras se bamboleaba toda la casa y se oía crujir la estructura, golpetear los cuadros y el ir y venir de las lámparas del techo.

Mi madre cargando a mi hermana Martha y mi hermano Hugo de la otra mano, mientras sentíamos cómo trepidaba el piso. Creo que nunca tuve miedo, porque estaba pasmado de que se moviera así la tierra. No me dio tiempo de tener miedo, pero ha sido de los minutos más largos de mi vida.

Después me llevaron al escuela. “¿Sentiste como temblaba?” “Si, ¡se movió todo!!” “Mi mamá dice que no se puede comunicar con mi abuelita en la ciudad. Vive en Tlatelolco”.

Ni tuvimos clases. Mi maestra trataba de explicarnos que era un terremoto, que era la escala Richter, pero yo sabía que muy malo, no por comprender lo que me explicaba. Era por el gesto que tenia: estaba aterrorizada y no lo disimulaba.

Mi madre fue por mi a la escuela en el vocho por mi. No había televisión, Televicentro en Chapultepec había desaparecido. Cuando regreso la señal, repetían la grabación  del noticiario Hoy Mismo de Memo Ochoa y Lourdes Guerrero, diciendo “Esta temblando, todos tranquilos” mientras se les movía toda la estructura de luces del estudio de televisión. Por radio, escuchábamos la repetición de como Jacobo Zabludovsky había salido a la calle y transmitía desde un radio. Como se le quebraba la voz ante la magnitud de lo que veía. De la caída de Av. Chapultepec.

Y entonces empezaron a llegar más noticias. Mas de 300 edificios derrumbados. Se habían caído el Regis, el Hotel del Prado, el Hospital Juárez, el centro Médico Nacional. El edificio Nuevo León y los edificios del Multifamiliar Juárez. Todo esta destruido. La gente clamando por ayuda entre las ruinas. Primarias hechas polvo. Los edificios llenos de costureras de San Antonio Abad aplastaron a las empleadas que entraban al primer turno de trabajo.

La ciudad estaba en ruinas. A mi edad, no alcanzaba a entender la magnitud de la catástrofe. Pero como todos los niños, me permeaba de los adultos. Veía su cara de horror, su miedo, hablando de como es insuficiente la ayuda humanitaria. Años después, supe en mis clases de historia que el gobierno de Miguel de la Madrid no permitía la entrada de ayuda internacional hasta que comprendió que la magnitud nos sobrepasaba. Incluso el numero de muertos fue censurado: oficialmente fueron 4,000; extraoficialmente se cree que fueron más de 10,000.

La gente hablaba. Entonces supe que los mexicanos se habían hecho voluntarios. Cientos de mexicanos apoyaron a los rescatistas en maniobras de recuperación de cuerpos, de extracción de víctimas aun vivas. Recuerdo el júbilo cuando sacaron al primer niño de la unidad de incubadoras del Hospital Juárez, el júbilo de una vida nueva rescatada. Siete días enterrado solo, y había sobrevivido.

Si alguna vez se ha mostrado el bondad del corazón del mexicano, fue ese día. La gente ayudando por todos lados. Plácido Domingo, el Tenor, ayudando al despeje de escombros en Tlatelolco buscando a familiares suyos. La gente donaba agua, medicinas, se metía entre las grietas para sacar a los atrapados. Tantas muestras de heroicidad me hacen pensar que hay cosas muy buenas en el corazón de mi pueblo. Los grupos de Scouts movilizaban los suministros, mientras otros grupos buscaban sobrevivientes. Nuestro gobierno fue insuficiente. No respondió a tiempo ni con coordinación, por los cuales el pueblo empezó a trabajar solo a recuperar a su ciudad y su gente.

Años después, en mi adolescencia, comencé a vagar por la ciudad. Todavía quedaban ruinas de ese día. Todavía había gente que no puede dormir en un edificio por miedo a que tiemble.

Y recorro el centro de mi ciudad. Veo el Centro Cultural Telmex, donde antes estaban los Televiteatros y la plaza de la Solidaridad (antes el Hotel Regis). Me preguntó si estamos preparados para un nuevo desastre así.

Espero que sí.

 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cómo anular a una persona



Les comparto una reflexión que leí en el periódico.
 
Cómo anular a una persona 

El peor daño que se le hace a una persona es darle todo. Quien quiera anular a otro solo tiene que evitarle el esfuerzo, impedir que trabaje, que proponga, que se enfrente a los problemas (o posibilidades) de cada día, que tenga que resolver dificultades.

Regálele todo: la comida, la diversión y todo lo que pida. Así le evita usar todas las potencialidades que tiene, sacar recursos que desconocía y desplegar su creatividad. Quien vive de lo regalado se anula como persona, se vuelve perezosa, anquilosada y como un estanque de agua que por inactividad pudre el contenido.

Aquellos  sistemas que por “amor” o demagogia sistemáticamente  le regalan todo a la gente, la vuelven más pobre entre las pobres.

Es una de las caras de la miseria humana: carecer de iniciativa, desaprovechar los talentos, potencialidades y capacidades con que están dotados casi todos los seres humanos.

Quien ha recibido todo regalado se transforma en un indigente, porque asume la posición de la víctima que sólo se queja. Cree que los demás tienen la obligación de ponerle todo en sus manos y considera una desgracia desarrollarse en un trabajo digno.

Es muy difícil que quien ha recibido todo regalado, algún día quiera convertirse en alguien útil para sí mismo. Le parece que todos a su alrededor son responsables de hacerle vivir bien, y cuando esa “ayuda” no llega, culpa a los demás de su desgracia (no por anularlo como persona, sino por no volverle a dar). Sólo los sistemas más despóticos impiden que los seres humanos desarrollen todo su potencial para vivir. Creen que están haciendo bonito, pero en definitiva están empleando un arma para anular a las personas. (No quiere decir que la caridad de una ayuda temporal no sea necesaria en momentos especiales).

Ana Cristina Aristizábal Uribe
anacauribe@gmail.com