lunes, 26 de noviembre de 2012

Tips para ser feliz, según Harvard

 

 

Esta semana los resultados de la primera Encuesta Nacional del Bienestar, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), revelaron que en términos de felicidad, los mexicanos pasamos con una calificación promedio de 8.2.

¿Qué hacer para llegar al 10? Según un curso que la Universidad de Harvard está llevando a cabo, estos son los tips que debe seguir una persona para sentirse Feliz.

Realiza algún ejercicio. Los expertos aseguran que hacer actividad física es igual de bueno que tomar un antidepresivo para mejorar el ánimo; 30 minutos de ejercicio es el mejor antídoto contra la tristeza y el estrés.

Agradece a la vida todo lo bueno que tienes.  Escribe en un papel 10 cosas que tienes en tu vida que te dan felicidad. Cuando hacemos una lista de gratitud nos obligamos a enfocarnos en cosas buenas. Siempre saluda y sé amable con otras personas.

Gasta tu dinero en experiencias, no en cosas. Un estudio descubrió que 75% de las personas se sentía más feliz cuando invertía su dinero en viajes, cursos y clases. En tanto, sólo 34% dijo sentirse más feliz cuando compraba cosas.

Enfrenta tus retos. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy; estudios demuestran que cuanto más postergas algo que sabes que tienes que hacer, más ansiedad y tensión generas. Escribe pequeñas listas semanales de tareas a realizar y cúmplelas.

Usa zapatos que te queden cómodos. Si te duelen los pies es seguro que te pondrás de mal genio, asegura el doctor Keinth Wapner, Presidente de la Asociación Americana de Ortopedia. Cuida tu postura. Caminar derecho con los hombros ligeramente hacia atrás y la vista hacia el frente ayuda a mantener un buen estado de ánimo.

Escucha música. Está comprobado que escuchar música te despierta deseos de cantar y bailar, lo que alegra la vida.

Aliméntate bien. Lo que consumes tiene un impacto importante en tu estado de ánimo. Por esta razón, lo recomendables es comer algo ligero cada 3 o 4 horas para así mantener los niveles de glucosa estables; no saltarse comidas; evitar el exceso de harinas blancas y el azúcar; comer de todo y variar los alimentos.

Arréglate y siéntete atractiv@. El 41% de la gente dice que se siente más feliz cuando piensa que se ve bien

Fuente: @PublimetroMX

miércoles, 19 de septiembre de 2012

27 AÑOS DESPUÉS . . .

 

. . .aún me recuerdo parado en el quicio de la puerta de mi baño, con la toalla en la cintura, todo mojado porque mi padre me había sacado de bañarme cuando comenzó el temblor. Mi padre , a mi lado, mientras se bamboleaba toda la casa y se oía crujir la estructura, golpetear los cuadros y el ir y venir de las lámparas del techo.

Mi madre cargando a mi hermana Martha y mi hermano Hugo de la otra mano, mientras sentíamos cómo trepidaba el piso. Creo que nunca tuve miedo, porque estaba pasmado de que se moviera así la tierra. No me dio tiempo de tener miedo, pero ha sido de los minutos más largos de mi vida.

Después me llevaron al escuela. “¿Sentiste como temblaba?” “Si, ¡se movió todo!!” “Mi mamá dice que no se puede comunicar con mi abuelita en la ciudad. Vive en Tlatelolco”.

Ni tuvimos clases. Mi maestra trataba de explicarnos que era un terremoto, que era la escala Richter, pero yo sabía que muy malo, no por comprender lo que me explicaba. Era por el gesto que tenia: estaba aterrorizada y no lo disimulaba.

Mi madre fue por mi a la escuela en el vocho por mi. No había televisión, Televicentro en Chapultepec había desaparecido. Cuando regreso la señal, repetían la grabación  del noticiario Hoy Mismo de Memo Ochoa y Lourdes Guerrero, diciendo “Esta temblando, todos tranquilos” mientras se les movía toda la estructura de luces del estudio de televisión. Por radio, escuchábamos la repetición de como Jacobo Zabludovsky había salido a la calle y transmitía desde un radio. Como se le quebraba la voz ante la magnitud de lo que veía. De la caída de Av. Chapultepec.

Y entonces empezaron a llegar más noticias. Mas de 300 edificios derrumbados. Se habían caído el Regis, el Hotel del Prado, el Hospital Juárez, el centro Médico Nacional. El edificio Nuevo León y los edificios del Multifamiliar Juárez. Todo esta destruido. La gente clamando por ayuda entre las ruinas. Primarias hechas polvo. Los edificios llenos de costureras de San Antonio Abad aplastaron a las empleadas que entraban al primer turno de trabajo.

La ciudad estaba en ruinas. A mi edad, no alcanzaba a entender la magnitud de la catástrofe. Pero como todos los niños, me permeaba de los adultos. Veía su cara de horror, su miedo, hablando de como es insuficiente la ayuda humanitaria. Años después, supe en mis clases de historia que el gobierno de Miguel de la Madrid no permitía la entrada de ayuda internacional hasta que comprendió que la magnitud nos sobrepasaba. Incluso el numero de muertos fue censurado: oficialmente fueron 4,000; extraoficialmente se cree que fueron más de 10,000.

La gente hablaba. Entonces supe que los mexicanos se habían hecho voluntarios. Cientos de mexicanos apoyaron a los rescatistas en maniobras de recuperación de cuerpos, de extracción de víctimas aun vivas. Recuerdo el júbilo cuando sacaron al primer niño de la unidad de incubadoras del Hospital Juárez, el júbilo de una vida nueva rescatada. Siete días enterrado solo, y había sobrevivido.

Si alguna vez se ha mostrado el bondad del corazón del mexicano, fue ese día. La gente ayudando por todos lados. Plácido Domingo, el Tenor, ayudando al despeje de escombros en Tlatelolco buscando a familiares suyos. La gente donaba agua, medicinas, se metía entre las grietas para sacar a los atrapados. Tantas muestras de heroicidad me hacen pensar que hay cosas muy buenas en el corazón de mi pueblo. Los grupos de Scouts movilizaban los suministros, mientras otros grupos buscaban sobrevivientes. Nuestro gobierno fue insuficiente. No respondió a tiempo ni con coordinación, por los cuales el pueblo empezó a trabajar solo a recuperar a su ciudad y su gente.

Años después, en mi adolescencia, comencé a vagar por la ciudad. Todavía quedaban ruinas de ese día. Todavía había gente que no puede dormir en un edificio por miedo a que tiemble.

Y recorro el centro de mi ciudad. Veo el Centro Cultural Telmex, donde antes estaban los Televiteatros y la plaza de la Solidaridad (antes el Hotel Regis). Me preguntó si estamos preparados para un nuevo desastre así.

Espero que sí.

 

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Cómo anular a una persona



Les comparto una reflexión que leí en el periódico.
 
Cómo anular a una persona 

El peor daño que se le hace a una persona es darle todo. Quien quiera anular a otro solo tiene que evitarle el esfuerzo, impedir que trabaje, que proponga, que se enfrente a los problemas (o posibilidades) de cada día, que tenga que resolver dificultades.

Regálele todo: la comida, la diversión y todo lo que pida. Así le evita usar todas las potencialidades que tiene, sacar recursos que desconocía y desplegar su creatividad. Quien vive de lo regalado se anula como persona, se vuelve perezosa, anquilosada y como un estanque de agua que por inactividad pudre el contenido.

Aquellos  sistemas que por “amor” o demagogia sistemáticamente  le regalan todo a la gente, la vuelven más pobre entre las pobres.

Es una de las caras de la miseria humana: carecer de iniciativa, desaprovechar los talentos, potencialidades y capacidades con que están dotados casi todos los seres humanos.

Quien ha recibido todo regalado se transforma en un indigente, porque asume la posición de la víctima que sólo se queja. Cree que los demás tienen la obligación de ponerle todo en sus manos y considera una desgracia desarrollarse en un trabajo digno.

Es muy difícil que quien ha recibido todo regalado, algún día quiera convertirse en alguien útil para sí mismo. Le parece que todos a su alrededor son responsables de hacerle vivir bien, y cuando esa “ayuda” no llega, culpa a los demás de su desgracia (no por anularlo como persona, sino por no volverle a dar). Sólo los sistemas más despóticos impiden que los seres humanos desarrollen todo su potencial para vivir. Creen que están haciendo bonito, pero en definitiva están empleando un arma para anular a las personas. (No quiere decir que la caridad de una ayuda temporal no sea necesaria en momentos especiales).

Ana Cristina Aristizábal Uribe
anacauribe@gmail.com

jueves, 7 de junio de 2012

SOL


Abrió los ojos, en medio de un sopor mortal. A duras penas podía ver más allá de un metro o dos, por la bruma del sueño.
La luz del sol entraba por las ventanas, inundando todo de calor seco. Entre las brumas vidriosas de sus ojos medio abiertos, veía las siluetas de colores de los demás pasajeros del autobús transmetropolitano que le llevaba a casa.
“Ni una sola nube” – pensó – “Ni una sola nube que tape el sol ardiente en este maldito autobús”.
Se talló los ojos con sumo hastío, tratando de sacarse las lágrimas que los bostezos no habían logrado. Fracasó miserablemente; no pudo humedecer sus ojos.
“Con tanto calor, es imposible sudar o llorar. Estamos deshidratados dentro de este calor seco . . .”- refunfuñaba mientras en tanto se daba cuenta de que ni sudar podía. Hacía falta agua. Mucha agua.
Seco. Viento seco, tan fuerte que se podía oír su ulular a través de las ventanillas. Pero frío, proveniente de la ventana junto a su asiento. Alzó la cabeza y se asomó por la ventanilla.
“El sol quema. Pero el viento es fresco. Qué raro verano. Extremo el sol, tan fresco el aire. Han cambiado tanto las estaciones del año desde mi niñez.”
La niña del asiento delante de él, sorbía con fruición el helado de limón que traía en un vaso de unicel. No parecía querer acabárselo, pero el calor estaba haciendo de las suyas, convirtiendo la nieve en agua con color verde y tacto pegajoso.
Bajó en la siguiente estación. Caminó el largo corredor de concreto que conectaba los dos extremos de la estación a pleno rayo del sol, mientras el viento fresco le golpeaba la cara, atenuando el golpe, mientras miraba el aire distorsionarse con el calor emanado del pavimento.
El cielo azul, sin una sola nube, mientras camina, con el astro rey en la espalda. Azul, tan azul.
Entonces la vio. Cabello negro como ala de cuervo. Piel blanca como la nieve. Boca roja como la sangre. Una sonrisa que alegra el corazón.
Había llegado a casa.

lunes, 30 de abril de 2012

QUITA

 

“Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito.

Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro.

Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo..."

El Principito.

La primera vez que te vi,  eras minúscula. Eras una bolita sonrosada y blanca, que cabía en mi mano y sobraba espacio para colocar a tu lado a tu hermana.

La segunda vez que te vi, llorabas y berreabas sin control, mientras tu madre alimentaba a tu hermana. Yo no sabia que no debía tocarte, así que te tomé del cuerpo y te acerqué a una de las tetas de tu madre. Te prendiste de ella y comenzaste a mamar.

Así fue como te conocí, adorada Quita. Así fue como llegaste a mi vida y la compartiste por dieciséis años. Recuerdo tu cara de diablito enojado cuando alguien te alzaba para verte. Refunfuñabas y gruñías arrugando tu nariz sin piedad. Ese día llegué y las veía: a tu hermana, a tu madre y a ti. Te alcé y te coloqué en el bolsillo de mi camisa.

Mírala. Es la primera vez que veo que la agarran y no chilla” – dijo  mi madre.

Ahí fue cuando sellamos nuestra amistad. Cuando te acomodaste en ese bolsillo con tus patas delanteras colgando de la orilla, tu cabecita acurrucada en mi hombro, mientras yo me sentaba en la computadora a hacer la tarea.

Cuando de seis personas en la casa, me escogiste a mí para ser tu dueño. Dueño, qué demonios, cuando me escogiste para ser mi dueña. Yo nunca fui tu dueño. Como todos los gatos, tu elegiste a un humano para que fuera tu mascota. Y ese fui yo.

¿Recuerdas cuando platicábamos? Sí, la gente dirá que estoy loco por hablar con una gata. Pero yo tenía muchos amigos, y a la vez no tenía nadie con quién hablar. Nadie que me escuchara. Pero tu estabas ahí, con esa mirada verde y profunda que parecía decir “Hey, no todo es tan malo” o “No te quejes. Puedes hacerlo mejor”, pararte y restregarte contra mi pierna porque querías jamón. Dios, adorabas el jamón.

Cuando ya no cabías en mis bolsillos, pensé que empezarías a irte de vaga. Pero no. Fuiste práctica: brincaste del bolsillo a mis hombros y ahí te quedaste. Habías encontrado tu nuevo lugar. Eras la única gata perico del mundo, trepada desde ese observatorio, veías al mundo con indiferencia. Me botaba de la risa, de tener una gata perico, mientras caminaba contigo.

Siempre fuiste esbelta y ágil, no pesabas mucho. Eras puro músculo y energía, incansable. Verte brincar y retar a la gravedad siempre fue un deleite. Las piruetas tan locas que ejecutabas no se las he visto a ningún gato. No espero volverlas a ver de nuevo. Eras única.

¿Recuerdas cuando veíamos la televisión? Los dos acostados, con una lata de leche condensada La Lechera grande. Tomaba yo una cucharada sopera de la lata, y malévolamente te embarraba una parte en el hocico mientras yo me comía los demás. Si mi madre lee esto se va a infartar, pero ya no importa ¿verdad Quita? Nuestro pequeño secreto ya puede ser revelado al mundo: comíamos de la misma cuchara. Ambos nos relamíamos los bigotes, pues nos fascinaba La Lechera.

Eras una cabrona. Cuando ya no estaba tu padre, el Bicho, mantenías a raya a los gatos visitantes. Eran por lo menos una tercera parte más grandes que tú, pero eso no te importaba, igual te abalanzabas y los corrías de la casa. Cuántas veces salí corriendo desaforado de mi cuarto porque escuché que te estabas peleando en el jardín con alguno, para que cuando llegara viera al gato en penosa huida y tú, con una calma mirada que siempre interpreté como lo más cercano que tenias a una sonrisa, como diciéndome “¿Ves? No pasa nada. Vamos por jamón”

Algo que me causaba mucha gracia era como cuando platicaba yo con alguien en el patio de la casa, te acercabas a vernos, como preguntando “¿Y este quién es?”. Lo observabas fascinada cinco segundos, antes de regresar a tu natural indiferencia gatuna. Hubo amigos míos que nunca te agradaron. Supongo que viste lo que yo no podía ver en ellos, y que años después se demostraron como los cretinos que eran. Entonces me sentaba en el jardín decepcionado de ellos y tu brincabas a mi regazo, te acurrucabas y me mirabas a los ojos.

No sé como lo hacías. Pero siempre sabías cuando estaba triste. Dicen que los gatos no son cariñosos. Pero cuando más triste estaba, siempre llegabas, te acurrucabas, me veías a los ojos y restregabas tui cabecita contra la mía. Cuando más triste estaba, más tenías ese gesto. Más de una vez tu pelaje secó una lagrima traicionera de mi ojo. “Todo esta bien. Vamos por jamón.”

Una vez, sólo una vez no apareciste por dos días. Sentía que se me acababa el mundo. Es la única vez en mi vida que he hablado con alguno de mis vecinos. Toqué todas las puertas. Qué ridículo debo haberme visto con los ojos desorbitados, con una foto de una gata a manchas atigradas grises y blancas de ojos verdes y nariz rosa, mientras parloteaba incesantemente “¿No la ha visto? ¿No andará por aquí? ¿Me permite revisar su azotea?”.Pero no me importaba, porque tenía que encontrarte.  Apareciste así como te fuiste. Volteé a la ventana y ahí estabas. Abrí presuroso, entraste con la mayor displicencia del mundo pasando a mi lado con la cabeza en alto con cara de “Ya llegué ¿No hay jamón?”.

Teníamos diez gatos. Pero sabias que yo era tuyo, y no te molestaba que cargara a alguno de los demás. Profundamente, sabías que yo te pertenecía.

Cuando dormías conmigo, qué enredijo armábamos. Muy mono, armé una camita de cojines para que durmieras en mi cuarto. Siempre te importo un comino. Preferías dormir entre mis pantorrillas recargada en una de ellas. Y yo que siempre he sido un loco para dormir, más de una vez te saqué volando sin querer. Recuerdo que una vez no te encontraba: estabas envuelta en el enredo que hice con el cobertor a la hora de dormir. Sacaste la cabeza y me miraste con cara soñolienta bostezando “Buenos días, ¿ya estará el jamón?”

Qué día tan infausto fue el que me dijeron que te me estabas muriendo. Que ya no tenían remedio para ti, porque no tenían registrados casos de gatos de más de doce años. Y tú ya tenias quince, ibas para los dieciséis. Que te mantuviera cómoda y esperara la inevitable. Mientras tuvieras calidad de vida, estarías conmigo. No quería verte sufrir, pero no tenía el valor para hacerlo lo que pedían. Y dije “Mientras tenga calidad de vida. Mientras no esté sufriendo.” Habías tenido una larga vida. Mas de lo que cualquier gato había podido esperar. Una buena y larga vida.

Eras dura. De ese día, duraste siete meses. Nunca dejaste de caminar, comer o disfrutar la vida. De subirte a mis hombros, de tenderte en el jardín, de cazar mariposas. Nunca pude quitarte ese hábito, pero era tu naturaleza.

Hasta el día que te quedaste dormida. Te fuiste  en el sueño de los justos. Mi amiga, mi amiga de tanto tiempo, ya se había dormido. Te acuné por última vez entre mis brazos y te deposité en la tierra. Mi amiga.

Alguien me dijo que ya estaban clonando gatos, que no me preocupará. ¿Clonarte? ¿Será igual? ¿Tendrá tu carita, tus gestos, tu espíritu? No, no creo, es una posibilidad demasiado perdida en la fantasía. Quién sabe. A lo mejor, si un día se logra , pues . . . no,  que va.  No serás tú, de todas maneras.

Yo sé que un día voy a sentir que me falta un peso en los hombros. Sé que voy a sentir frío porque ya no estarás ahí. Pero sé que ya no sufres, que estas contenta y descansando en el Lugar Mejor.

Entre las cosas que espero el día que dejé este mundo, es ver a todos los que me han precedido.  A toda mi gente.

También espero verte, mi pequeña amiga. Con tu carita diciendo “Hey ¿dónde estabas?. Todo esta bien. Vamos por jamón.”

Hasta luego, mi pequeña Quita.

martes, 10 de abril de 2012

NECESITAMOS UNA REVOLUCIÓN DEL CORAZÓN.

Mis años ya no me permiten mentir. He visto ya a alguna cantidad de gente gobernar. Azules, tricolores, amarillos, verdes. Tristemente, el sistema es el mismo en todos los casos. El sistema es el mismo para todos.

¿Por qué?

Porque el sistema esta hecho por todos nosotros. Decimos que el gobierno tiene la culpa, solapa crímenes, encubre negocios turbios. Pero desgraciadamente también nosotros somos parte de ese sistema, somos parte que consume drogas, somos parte de esa inmensa mayoría que soborna, que se brinca leyes, que pone diablitos para pagar menos luz porque la CFE hace cobros excesivos y asi podemos tener un inmenso y asqueroso etcetera.

Para todo hay mercado en este país. Hay gente que compra drogas. Hay gente lucha contra sus adicciones. Hay gente que hace trata de blancas, vende robado y asesina, porque hay mercado para ello. Hay gente que combate estos males, porque han sido tocados por ellos. Porque los verdaderos responsables de combatirlos, ya estan demasiado permeados por ellos.

Sin mercado, no hay oferta y no hay demanda.

Asi que hay que hacernos responsables de las partes que nos corresponden. No sobornes. No hagas negocios turbios. Cíñete a la ley. Y con esa base, exijamos a los políticos propuestas concretas sobre nuestos grandes problemas, que no nos vean como una masa estúpida que se traga lo que sea. Averigüemos sobre sus propuestas, hagamos un voto razonado, aún contra los miles de acarreados, chantajeados y partidistas sin criterio.

Hagamos una revolución del corazón de la gente de este país. Lo necesitamos antes que una revolución armada. Hagámoslo en los niños. En ellos esta la semilla de un mejor mañana.

Hagámoslos humanos, gente que se preocupe por su entorno sin ser obsesivos, que se preocupen de sí mismos sin ser egoístas, que entiendan que la base de una sociedad es el esfuerzo común y la recompensa para todos, que se ocupen de lo que esta fuera de ellos mismos.

Nos urge una revolución del corazón.


viernes, 3 de febrero de 2012

SUEÑOS DE EMPATÍA

 

Rebecca tenía parálisis de las piernas. Vivía con su madre y su abuela en una lujosa mansión heredada de su padre, magnate de la industria del vestido, que hacía un tiempo ya había abandonado al hogar conyugal, más nunca a su hija.

Rebecca era caprichosa, voluble y egoísta. Había abandonado la escuela, se rehusaba a convivir con cualquier persona de su edad.

-Hija, no es bueno que que Rebecca se aísle tanto. No sabe compartir, no sabe convivir, vive a base de berrinches y pataletas- decía la abuela.

-No es para tanto mama – respondía la madre – Es la edad. Es su situación.Ya se le pasará

Pero Rebecca solo pensaba en una cosa. En volver a caminar, correr como antes. A cualquier costo. Esa era la fuente de su frustración, de su eterno coraje con la vida. Se rehusaba a convivir con la gente porque le recordaban lo que ella ya no podía hacer.

Habiendo agotado todos los recursos de la ciencia, los doctores habían dado su ultimátum: no volvería a caminar. Rebecca reaccionaba con coraje, agotaba a su padre con estadísticas y tratamientos nuevo. Gritaba se retorcía y escupía veneno a cada persona que encontraba en su camino.

-Hija, hemos tratado todo . . . si hubiera algo más, te llevaría. Si pudiera darte mis piernas, te las daría – trataba de razonar su padre – Pero ya no hay esperanza, mi niña.

Pero Rebecca . . . ella no comprendía.

Un día se encontró con lo ultimo que se encuentran los hombres. Se encontró con Dios. Alguien hablaba del preciado Niño de las Maravillas, una imagen que decía que hacía los milagros imposibles para cualquiera. Atiborraba el atrio de su iglesia con cientos de feligreses, que viajaban largas distancias para pedir su intercesión ante Dios.

Esa sería la solución. Pedírselo al Poder que todo lo puede.

Pero Rebecca no quería compartirlo con nadie más. Así pidió a su padre algo único: que cerrara al público por un día la iglesia del Niño de las Maravillas. Quería tenerlo para ella sola, para pedírselo sin que nadie le distrajera.

Así, un día, su madre, su abuela y Rebecca, se encaminaron a la iglesia. Las puertas cerradas contenían a la gente que clamaba por entrar, mientras ellas entraban por una puerta lateral a la sacristía y las recibía el padre de la parroquia, un hombre ambicioso, que aceptó el trato a cambio de una donación al asilo de huérfanos.

-Mamá, abue, déjenme  a solas con Él – pidió- Que solo me escuche a mi.

Entró a la capilla. Empezaba a acercarse con su silla de ruedas al altar, cuando súbitamente vio una figura hincada ahí.

Era una mujer morena, enjuta, con los ojos apagados, que apretaba sus manos con fuerza. Envuelta en un rebozo, caían sus tranzas negras y gruesas sobre sus hombros.

Rebecca se revolvió con ira. Ella había pedido soledad para hablar con el Niño de las Maravillas. Pero algo muy en el fondo de ella, impidió que gritara.

-Dios mío. Vengo a verte, en nombre de María. Ella no puede hacer el largo viaje hasta acá, sus médicos no la dejan. Pero me pidió que viniera a darte las gracias.Y el sacristán, que es un hombre tan bueno, me ha dejado entrar a verte. Ya no puede caminar mi niña, ¿sabias?. Se agota mucho, tose y escupe sangre. Esta cada día mas pálida. Pero nunca se queja. Sólo me dice “No te apures mamita. No será nada grave” – dijo la mujer

Los médicos no saben que es. Hacen pruebas y análisis, pero no saben qué es. Ella no se desanima, me dice “Mamita, ya voy a estar bien, verás que pronto estoy de nuevo en la tortillería contigo”. Pero la veo más flaca y descolorida. Y ya no se que hacer Dios mío. No quiero pedirte mucho. Sé que estás ocupado. Solo quiero pedirte una cosa: QUE NO SEA CÁNCER Dios mío. QUE NO SEA CÁNCER . . . – dice, mientras retuerce las manos, mientras se abraza a si misma, mientras esta hincada frente al altar.

Rebecca sale poco después de la capilla. Su madre y su abuela se acercan.

-Hija, ¿pediste lo que necesitabas?- pregunta su madre.

-Si. Pedí . . . QUE NO FUERA CÁNCER . . .

A veces los milagros, no son los que nosotros estábamos esperando . . . pero no por eso dejan de ser milagros . . .