lunes, 10 de febrero de 2014

UN PERRO HA MUERTO

 


Mi perro ha muerto.
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.


Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.


Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz iría.


Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.


Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.


Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independiente
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.


No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.


Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.


Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.


No hay adiós a mi perro que se ha muerto.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.


Pablo Neruda

miércoles, 5 de febrero de 2014

La Muerte y la favela

 

Joao miraba el cielo sin una sola nube, con el sol cayendo sin piedad sobre el torso desnudo. Respiraba a veces con lentitud, a veces suspiraba y a veces con estertores.

“Qué curioso. Jamás le había prestado atención al cielo. En verdad es azul, como dicen las caricaturas, pero menos azul que el mar de la bahía”- pensó

El mar, recordó. Ese mar que conoció desde niño.

“¿Niño? tengo quince años, y ya siento que lo he visto todo.”

Recordó a esa mulatita de la Bahía, de ojos grandes, con sus curvas pronunciadas a sus escasos doce años. Recuerda como la miró y se acercó a hablarle.

“Ni siquiera recuerdo su nombre. Ni el de papá ”

Papá. De él solo un vago recuerdo, una mano diciendo adiós en busca de un destino mejor que nunca regresó.

Papá. De ti tenía el nombre, y de mi madre lo demás. Tantos hombres saliendo y entrando de casa, que se acostumbro a llamarlos “tío”, si veía a uno más de dos veces.

“Salte en lo que viene tu tío”- decía su madre, para evitar que viera y escuchara los ruidos de la carne que les permitía mal comer y vestir harapos.

Respiró profundamente, sin tener ganas de soltar el aire que aspiraba.

“Mamá”-

Cerró los ojos mientras sentía el espasmo en la garganta. Inmediatamente los abrió.

“Azul. El cielo en verdad es azul, y el sol se siente bien mamá . . . ”

. . . .

 

-Recoge a ese- indicó el oficial- Hace rato que no respira.

El forense se inclinó sobre Joao, observando su piel olivácea, su cuerpo delgado y sus ojos abiertos apuntando hacia un cielo que no veía ya.

-¿Supiste su nombre?-

-No. Sólo repetía que el cielo era azul mientras se desangraba en el suelo de los tiros que recibió durante el asalto a la favela. Al final, creo que no importa, etiquétalo como quieras.-

Y la bolsa se cerró sobre Joao mientras el sol caía sobre Río de Janeiro.