sábado, 27 de noviembre de 2021

Un año, un mes, sin el Inge.

Hace un mes que te fuiste Inge. La Tierra tiene un hombre bueno menos, pero el Cielo tiene un Ingeniero más.

Un mes Inge, ¡un mes!! ¿Puedes creerlo? Tardé un mes en escribirte. Sabes que hago las cosas a mi tiempo, que siempre ha sido así y que es una costumbre mía que te sacaba de quicio.

Qué rápido se nos va la vida. Me acompañaste en este planeta cuarenta y dos  años. . . no podía pedirte más.  La suerte de tenerte como padre tanto tiempo es invaluable, como las experiencias que pasamos juntos.

Cuando te fuiste se fue el hombre más fuerte que yo conocía. El más honrado. El más justo. Cuando te fuiste se fue una parte de mí contigo y me replanteó mi lugar en la vida. Ahora yo encabezaba la sucesión de generaciones, mi amado Baby Boomer.

Y eso asusta ¿sabes?

Aunque sé que me preparaste para seguir sin ti, cuesta trabajo asumir que no estés para compartir el tiempo. "Tiempo es todo lo que tienes, y a veces, no todo el que quieres", dijo Randy Pausch, otro ingeniero.

Eras un hombre fuerte, rudo, "cabrón" si quieren. Pero justo, honesto, trabajador y lleno de amor por la familia. Eras el Vikingo de la Misterios, ese hombre que imponía con tu presencia, con su gesto adusto, con la mirada enérgica.

Pero nosotros sabíamos que detrás de eso estaba el hombre amoroso, fiel a su esposa, cariñoso con sus hijos, gentil con los amigos, leal con la familia.

Eras el hombre del que heredé la cara y el gesto, pero no el carácter. Tú eras fuerte y volátil, yo fuerte y tranquilo. Decías que era demasiado tranquilo, que era difícil hacerme enojar y con el tiempo comprendiste que así era yo. Más que nadie, entendiste que tu hijo era Ferdinando el Toro, enamorado de la luna y de las flores, el que se emociona con Neruda, el que anda rescatando perros y gatos de la calle, el que cree que la vida es la búsqueda de la felicidad y al que le enseñaste que nada está completo en la vida si no lo puedes compartir con los que amas.

Y así lo aceptaste, así me querías.

¿Recuerdas cuando conociste a Miss Antropía?

Tenías la maña de abrir de improviso la puerta de la calle si alguno de tus hijos se encontraba afuera platicando. Sólo que ese día no traías playera y la que estaba afuera conmigo era ella. Tu cara de pena fue legendaria . Entraste, te vestiste y saliste de nuevo a presentarte apropiadamente, mientras me desternillaba de risa. Te regodeaste cuando ella te dijo que amaba a The Beatles casi tanto como tú.  Siempre fuiste una extraña mixtura entre seriedad y sentido del humor.

Nuestros padres son nuestra primera relación, nuestra ancla en la vida. El que ya no estés plantea muchas situaciones, plantea conexiones que se han ido, legados que han perdurado, vínculos nuevos con la vida.

Plantea una vida diferente. Una vida que puede ser buena gracias a ti, pero diferente.

Dicen que uno se vuelve totalmente independiente cuando mueren tus padres. Conmigo no tenías ese pendiente: sabías que podría hacerme cargo de mí mismo. Honestamente creo que te alegraba saberme capaz de andar por el mundo sin problema.

Fuiste increíble hasta el final. "No puedo creer que alguien tan lleno de vida se esté apagando" pensé. Egoístamente pedí a una Entidad que no he visto nunca que prolongara tu tiempo aquí.

Me avergoncé, tú ya habías cumplido ¿quién era yo para exigirte más tiempo?

Saliste del barrio, a punta de golpes si quieres verlo así, porque fue lo que te tocó sobrevivir. Pero no quisiste esa vida para nosotros. Estudiaste, te enamoraste 50 años, en matrimonio 44 años, tuviste una familia, viajaste, comiste (adorabas comer) y amaste con ese inmenso corazón que albergabas.

Pocas veces dijiste "te amo". Pero me enseñaste que el "te amo" que más resuena es aquel que dices con tus acciones, aquel que abriga en la tormenta sin decir palabra.

¿Quién era yo para pedir más tiempo contigo? Ya habías cumplido papá.

Una vida bien vivida merecía un descanso merecido.

Tomé tu mano. La mano que me llevo a la escuela tantos años, que me trajo de regreso la idiota vez que me subí a un kayak y me arrastró la marea al mar abierto, la mano fuerte que me palmeó la espalda cuando le llevé mi título de la carrera,  esa mano fuerte, ancha, callosa de tanto trabajar.

Te juro que no quería despedirme, pero lo hice.

Te fuiste como los justos: dormido. Pero nunca estuviste solo, siempre uno de nosotros estuvo contigo.

A su vez, de alguna manera, tú estás siempre con cada uno de nosotros, mi amado Vikingo. Así es como quiero pensar: que en algún lugar del universo sigues existiendo. Seguro que estás en el Valhalla, agarrándote a zapes a cuanto vikingo se te pone enfrente. No lo dudaría, eres capaz. Tenías el corazón de un guerrero.

Eres el mejor hombre que he conocido. Y reto al que lo ponga en duda a ponernos en la madre en Calzada de los Misterios #184.

Quiero pensar que ya puedes jugar fútbol de nuevo, comer  verdolagas y enchiladas (con tus precisas especificaciones: dos tortillas más en vez de pollo, cebolla picada no en rodajas, sin crema y un bolillo) y que estas con la abuela, con tu mamá y con el abuelo Jorge. Quiero pensar que ya no te duele nada, que lo que dejaste es sólo la envoltura del mejor hombre que yo haya conocido, que estás feliz entre las estrellas, que si aquí fue un “hasta luego”, allá donde estás fue un “qué gusto volverte a ver”.

Y siempre pensaré en ti, pensando en heredar tu voluntad, celebrar tu vida y continuar tu legado.

Porque hombres buenos no es lo que sobra en el mundo, y ahora hay uno menos con el que podamos contar.

Hasta siempre, Inge.

“Dios nos dio memoria para nunca olvidar a quién amamos”.