jueves, 7 de junio de 2012

SOL


Abrió los ojos, en medio de un sopor mortal. A duras penas podía ver más allá de un metro o dos, por la bruma del sueño.
La luz del sol entraba por las ventanas, inundando todo de calor seco. Entre las brumas vidriosas de sus ojos medio abiertos, veía las siluetas de colores de los demás pasajeros del autobús transmetropolitano que le llevaba a casa.
“Ni una sola nube” – pensó – “Ni una sola nube que tape el sol ardiente en este maldito autobús”.
Se talló los ojos con sumo hastío, tratando de sacarse las lágrimas que los bostezos no habían logrado. Fracasó miserablemente; no pudo humedecer sus ojos.
“Con tanto calor, es imposible sudar o llorar. Estamos deshidratados dentro de este calor seco . . .”- refunfuñaba mientras en tanto se daba cuenta de que ni sudar podía. Hacía falta agua. Mucha agua.
Seco. Viento seco, tan fuerte que se podía oír su ulular a través de las ventanillas. Pero frío, proveniente de la ventana junto a su asiento. Alzó la cabeza y se asomó por la ventanilla.
“El sol quema. Pero el viento es fresco. Qué raro verano. Extremo el sol, tan fresco el aire. Han cambiado tanto las estaciones del año desde mi niñez.”
La niña del asiento delante de él, sorbía con fruición el helado de limón que traía en un vaso de unicel. No parecía querer acabárselo, pero el calor estaba haciendo de las suyas, convirtiendo la nieve en agua con color verde y tacto pegajoso.
Bajó en la siguiente estación. Caminó el largo corredor de concreto que conectaba los dos extremos de la estación a pleno rayo del sol, mientras el viento fresco le golpeaba la cara, atenuando el golpe, mientras miraba el aire distorsionarse con el calor emanado del pavimento.
El cielo azul, sin una sola nube, mientras camina, con el astro rey en la espalda. Azul, tan azul.
Entonces la vio. Cabello negro como ala de cuervo. Piel blanca como la nieve. Boca roja como la sangre. Una sonrisa que alegra el corazón.
Había llegado a casa.