La Comarca Punto Com
Lo que somos y lo que no queremos ser, siempre termina por alcanzarnos . . . .
sábado, 8 de febrero de 2025
jueves, 6 de febrero de 2025
Lobo
miércoles, 29 de enero de 2025
La muerte espiritual.
miércoles, 22 de enero de 2025
La insoportable levedad de morirse.
sábado, 18 de enero de 2025
Musha Shugyō
lunes, 1 de mayo de 2023
HERBERT
En una fiesta organizada en una
escuela de niños con capacidades especiales, el padre de un estudiante pronunció
un emotivo discurso que nunca será olvidado por las personas que lo escucharon.
Después de felicitar a la escuela
y a todos los que trabajan en ella, este padre hizo el siguiente razonamiento:
— "Cuando no hay agentes
externos que interfieran con la naturaleza, el orden natural de las cosas
alcanza la perfección".
— Pero mi hijo, Herbert, no puede
aprender como otros niños lo hacen.
—No puede entender las cosas como
otros niños. ¿Dónde está el orden natural de las cosas en mi hijo?
La audiencia quedó impactada por
la pregunta.
El padre del niño continuó
diciendo: “Yo creo que cuando un niño como Herbert, física y mentalmente
discapacitado, viene al mundo, una oportunidad de ver la naturaleza humana se
presenta, y se manifiesta en la forma en la que otras personas tratan a ese
niño”.
Entonces contó que un día
caminaba con su hijo Herbert cerca de un parque donde algunos niños jugaban
baseball. Herbert le preguntó a su padre:
—“¿Papá, tu crees que me dejen jugar?”
Su padre sabía que a la mayoría
de los niños no les gustaría que alguien como Herbert jugara en su equipo, pero
el padre también entendió que si le permitían jugar a su hijo, le darían un
sentido de pertenencia muy necesario y la confianza de ser aceptado por otros a
pesar de sus habilidades especiales.
El padre de Herbert se acercó a
uno de los niños que estaban jugando y le preguntó (sin esperar mucho) si
Herbert podría jugar.
El niño miró alrededor por
alguien que lo aconsejara y le dijo: “Estamos perdiendo por seis carreras y el
juego esta en la octava entrada. Supongo que puede unirse a nuestro equipo y
trataremos de ponerlo al bate en la novena entrada”.
Herbert se desplazó con
dificultad hasta la banca y con una amplia sonrisa, se puso la camiseta del
equipo mientras su padre lo contemplaba con lágrimas en los ojos por la
emoción.
Mientras Herbert se sentaba entre
el grupo de los que esperaban su posibilidad de jugar, su padre lo contemplaba.
Los otros chicos notaron algo muy evidente: la felicidad del padre cuando su
hijo era aceptado.
Al final de la octava entrada, el
equipo de Herbert logró anotar algunas carreras pero aún estaban detrás en el
marcador por tres.
Al inicio de la novena entrada,
Herbert se puso un guante y jugó en el jardín derecho.
Aunque ninguna pelota llegó a
Herbert, estaba obviamente extasiado solo por estar en el juego y en el campo,
sonriendo de oreja a oreja mientras su padre lo animaba desde las graderías.
Al final de la novena entrada, el
equipo de Herbert anotó de nuevo. Ahora con dos “outs” y las bases llenas la
carrera para obtener el triunfo era una posibilidad y Herbert era el siguiente
en batear.
Con esta oportunidad, ¿dejarían a
Herbert batear y renunciar a la posibilidad de ganar el juego?
Sorprendentemente, Herbert estaba al bate.
Todos sabían que un solo “hit”
era imposible porque Herbert no sabía ni como agarrar el bate correctamente,
mucho menos pegarle a la bola.
Sin embargo, mientras Herbert se
paraba sobre la base, el pitcher, reconoció que el otro equipo estaba dispuesto
a perder para brindarle a Herbert un gran momento en su vida, se movió unos
pasos al frente y tiró la bola muy suavemente para que Herbert pudiera al menos
hacer contacto con ella.
El primer tiro llegó y Herbert
abanicó torpemente y falló.
El pitcher de nuevo se adelantó
unos pasos para tirar la bola suavemente hacia el bateador.
Esta vez Herbert abanicó y golpeó
la bola tan suavemente que ésta cayó justo enfrente del pitcher.
El juego podría haber terminado.
El pitcher podría haber recogido la bola y haberla tirado a primera base.
Herbert hubiera quedado fuera y
habría sido el final del juego. Pero, el pitcher tiró la bola muy alto sobre la
cabeza del niño en primera base, fuera del alcance del resto de sus compañeros
de equipo.
Todos los espectadores en las
graderías y los jugadores de ambos equipos empezaron a gritar “¡Herbert corre a
primera base, corre a primera!” nunca en su vida Herbert había corrido esa
distancia, pero logró llegar a primera base. Corrió justo sobre la línea, con
los ojos muy abiertos y sobresaltado.
Todos gritaban, '¡Corre a
segunda, corre a segunda!'. Herbert, recobrando el aliento, corrió con
dificultad hacia la segunda base.
Para el momento en que Herbert
llegó a segunda base el niño del jardín derecho tenía la bola. Era el niño más
pequeño en el equipo y sabía que tenía la oportunidad de ser el héroe del día.
Sólo tendría que tirar la bola a segunda base, pero había entendido las
intenciones del pitcher y la tiró demasiado alto, por encima de la cabeza del
niño en tercera base.
Herbert corrió a tercera base
mientras que los corredores delante de él hicieron un circulo alrededor del home.
Cuando Herbert llegó a tercera,
los niños de ambos equipos, y los espectadores, todos, estaban de pie gritando
'¡corre a 'home'! corre'.
Herbert corrió al home, se paró
en la base con sus brazos en alto, rebosando felicidad, giró la cabeza mirando
a su padre... mientras (cosa extraña) los jugadores de ambos equipos lo
vitoreaban y abrazaban como el héroe que bateó el grand slam y ganó el juego
para su equipo. “Ese día”, dijo el padre con lágrimas bajando por su rostro, “los
niños de ambos equipos se confabularon dándole a este mundo una muestra de
verdadero amor y humanismo”.
Herbert no sobrevivió otro
verano. Murió ese invierno, sin olvidar nunca haber sido el héroe y haber hecho
a su padre muy feliz, haber llegado a casa y ver a su madre llorando de
felicidad y ¡abrazando a su héroe del día!
sábado, 27 de noviembre de 2021
Un año, un mes, sin el Inge.
Un mes Inge, ¡un mes!! ¿Puedes creerlo? Tardé un mes en escribirte. Sabes que hago las cosas a mi tiempo, que siempre ha sido así y que es una costumbre mía que te sacaba de quicio.
Qué rápido se nos va la vida. Me acompañaste en este planeta cuarenta y dos años. . . no podía pedirte más. La suerte de tenerte como padre tanto tiempo es invaluable, como las experiencias que pasamos juntos.
Cuando te fuiste se fue el hombre más fuerte que yo conocía. El más honrado. El más justo. Cuando te fuiste se fue una parte de mí contigo y me replanteó mi lugar en la vida. Ahora yo encabezaba la sucesión de generaciones, mi amado Baby Boomer.
Y eso asusta ¿sabes?
Aunque sé que me preparaste para seguir sin ti, cuesta trabajo asumir que no estés para compartir el tiempo. "Tiempo es todo lo que tienes, y a veces, no todo el que quieres", dijo Randy Pausch, otro ingeniero.
Eras un hombre fuerte, rudo, "cabrón" si quieren. Pero justo, honesto, trabajador y lleno de amor por la familia. Eras el Vikingo de la Misterios, ese hombre que imponía con tu presencia, con su gesto adusto, con la mirada enérgica.
Pero nosotros sabíamos que detrás de eso estaba el hombre amoroso, fiel a su esposa, cariñoso con sus hijos, gentil con los amigos, leal con la familia.
Eras el hombre del que heredé la cara y el gesto, pero no el carácter. Tú eras fuerte y volátil, yo fuerte y tranquilo. Decías que era demasiado tranquilo, que era difícil hacerme enojar y con el tiempo comprendiste que así era yo. Más que nadie, entendiste que tu hijo era Ferdinando el Toro, enamorado de la luna y de las flores, el que se emociona con Neruda, el que anda rescatando perros y gatos de la calle, el que cree que la vida es la búsqueda de la felicidad y al que le enseñaste que nada está completo en la vida si no lo puedes compartir con los que amas.
Y así lo aceptaste, así me querías.
¿Recuerdas cuando conociste a Miss Antropía?
Tenías la maña de abrir de improviso la puerta de la calle si alguno de tus hijos se encontraba afuera platicando. Sólo que ese día no traías playera y la que estaba afuera conmigo era ella. Tu cara de pena fue legendaria . Entraste, te vestiste y saliste de nuevo a presentarte apropiadamente, mientras me desternillaba de risa. Te regodeaste cuando ella te dijo que amaba a The Beatles casi tanto como tú. Siempre fuiste una extraña mixtura entre seriedad y sentido del humor.
Nuestros padres son nuestra primera relación, nuestra ancla en la vida. El que ya no estés plantea muchas situaciones, plantea conexiones que se han ido, legados que han perdurado, vínculos nuevos con la vida.
Plantea una vida diferente. Una vida que puede ser buena gracias a ti, pero diferente.
Dicen que uno se vuelve totalmente independiente cuando mueren tus padres. Conmigo no tenías ese pendiente: sabías que podría hacerme cargo de mí mismo. Honestamente creo que te alegraba saberme capaz de andar por el mundo sin problema.
Fuiste increíble hasta el final. "No puedo creer que alguien tan lleno de vida se esté apagando" pensé. Egoístamente pedí a una Entidad que no he visto nunca que prolongara tu tiempo aquí.
Me avergoncé, tú ya habías cumplido ¿quién era yo para exigirte más tiempo?
Saliste del barrio, a punta de golpes si quieres verlo así, porque fue lo que te tocó sobrevivir. Pero no quisiste esa vida para nosotros. Estudiaste, te enamoraste 50 años, en matrimonio 44 años, tuviste una familia, viajaste, comiste (adorabas comer) y amaste con ese inmenso corazón que albergabas.
Pocas veces dijiste "te amo". Pero me enseñaste que el "te amo" que más resuena es aquel que dices con tus acciones, aquel que abriga en la tormenta sin decir palabra.
¿Quién era yo para pedir más tiempo contigo? Ya habías cumplido papá.
Una vida bien vivida merecía un descanso merecido.
Tomé tu mano. La mano que me llevo a la escuela tantos años, que me trajo de regreso la idiota vez que me subí a un kayak y me arrastró la marea al mar abierto, la mano fuerte que me palmeó la espalda cuando le llevé mi título de la carrera, esa mano fuerte, ancha, callosa de tanto trabajar.
Te juro que no quería despedirme, pero lo hice.
Te fuiste como los justos: dormido. Pero nunca estuviste solo, siempre uno de nosotros estuvo contigo.
A su vez, de alguna manera, tú estás siempre con cada uno de nosotros, mi amado Vikingo. Así es como quiero pensar: que en algún lugar del universo sigues existiendo. Seguro que estás en el Valhalla, agarrándote a zapes a cuanto vikingo se te pone enfrente. No lo dudaría, eres capaz. Tenías el corazón de un guerrero.
Eres el mejor hombre que he conocido. Y reto al que lo ponga en duda a ponernos en la madre en Calzada de los Misterios #184.
Quiero pensar que ya puedes jugar fútbol de nuevo, comer verdolagas y enchiladas (con tus precisas especificaciones: dos tortillas más en vez de pollo, cebolla picada no en rodajas, sin crema y un bolillo) y que estas con la abuela, con tu mamá y con el abuelo Jorge. Quiero pensar que ya no te duele nada, que lo que dejaste es sólo la envoltura del mejor hombre que yo haya conocido, que estás feliz entre las estrellas, que si aquí fue un “hasta luego”, allá donde estás fue un “qué gusto volverte a ver”.
Y siempre pensaré en ti, pensando en heredar tu voluntad, celebrar tu vida y continuar tu legado.
Porque hombres buenos no es lo que sobra en el mundo, y ahora hay uno menos con el que podamos contar.
Hasta siempre, Inge.
“Dios nos dio memoria para nunca olvidar a quién amamos”.