Joao miraba el cielo sin una sola nube, con el sol cayendo sin piedad sobre el torso desnudo. Respiraba a veces con lentitud, a veces suspiraba y a veces con estertores.
“Qué curioso. Jamás le había prestado atención al cielo. En verdad es azul, como dicen las caricaturas, pero menos azul que el mar de la bahía”- pensó
El mar, recordó. Ese mar que conoció desde niño.
“¿Niño? tengo quince años, y ya siento que lo he visto todo.”
Recordó a esa mulatita de la Bahía, de ojos grandes, con sus curvas pronunciadas a sus escasos doce años. Recuerda como la miró y se acercó a hablarle.
“Ni siquiera recuerdo su nombre. Ni el de papá ”
Papá. De él solo un vago recuerdo, una mano diciendo adiós en busca de un destino mejor que nunca regresó.
Papá. De ti tenía el nombre, y de mi madre lo demás. Tantos hombres saliendo y entrando de casa, que se acostumbro a llamarlos “tío”, si veía a uno más de dos veces.
“Salte en lo que viene tu tío”- decía su madre, para evitar que viera y escuchara los ruidos de la carne que les permitía mal comer y vestir harapos.
Respiró profundamente, sin tener ganas de soltar el aire que aspiraba.
“Mamá”-
Cerró los ojos mientras sentía el espasmo en la garganta. Inmediatamente los abrió.
“Azul. El cielo en verdad es azul, y el sol se siente bien mamá . . . ”
. . . .
-Recoge a ese- indicó el oficial- Hace rato que no respira.
El forense se inclinó sobre Joao, observando su piel olivácea, su cuerpo delgado y sus ojos abiertos apuntando hacia un cielo que no veía ya.
-¿Supiste su nombre?-
-No. Sólo repetía que el cielo era azul mientras se desangraba en el suelo de los tiros que recibió durante el asalto a la favela. Al final, creo que no importa, etiquétalo como quieras.-
Y la bolsa se cerró sobre Joao mientras el sol caía sobre Río de Janeiro.
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