viernes, 20 de mayo de 2011

EL FIN DEL MUNDO POR LA FE, PRIEST Y SAVING GRACE

 

Ayer fui al cine a ver Priest, el Vengador. Cinta extraída de un cómic que no leído, lo cual es raro. El argumento: una orden de Sacerdotes o Padres, con características de combate super humanas, han salvado a la Humanidad de una debacle contra una raza de vampiros a costa de que la especie sobreviva en unas pocas ciudades amuralladas a través del orbe.

Y después de ello, los Padres son tratados como indeseables. Cumplida su finalidad, no hay nada para ellos en la sociedad que se ha formado, una sociedad puritana dónde la Iglesia se ufana de proteger a los ciudadanos, de ser el único refugio contra la iniquidad, el pecado y la podredumbre de la carne.

El protagonista debe salvar a un pariente muy querido, a costa del dogma fundamental de este nuevo Orden: ya no hay amenaza de los Vampiros. Nosotros te protegemos . . . mientras hagas lo que decimos. “Desafiar a la Iglesia es Desafiar a Dios”, su leit motiv.

Priest debe decidir: salvar a su sobrina o mantener el status quo de una sociedad que  le desprecia después de haber cumplido su meta, la erradicación de los vampiros.

“Ten fe y mantén el orden.” es la exigencia de la  Iglesia. Fácil para un prelado que no perderá nada con la muerte de la chica. Difícil para alguien que ama lo que tiene.

Hay dos puntos que a modo personal me sentí identificado con el protagonista.

Entra a un confesionario tecnológico, con un identificador de voz el cual le reconoce. En la pantalla holográfica, una imagen del prelado que escucha su confesión. Cuenta un sueño, una remembranza de su pasado como guerrero. La pantalla  salta un poco en la imagen, por un momento se observa el mensaje “Loading Answer”. El sacerdote virtual le espeta una respuesta prefabricada y pide que no se preocupe.

Reconocí en ella la  última vez que me confesé, hace muchos años. Con una respuesta mecánica, sin sustancia, sin el mínimo de asombro o interés de parte del  padre que me la estaba dando. Mi cara de asco y decepción debió ser igual a la del protagonista.

El segundo punto. El cuasicompañero-patiño de Priest hace una pregunta casi tan tajante como los monseñores de la Iglesia. Una pregunta moral, la cual el público generalmente contestará con un inmediato “Sálvala a toda costa”. Priest responde con una frase que digo a menudo, y que causa controversia siempre que lo hago: “Hago lo que debo hacer”. Sin tintes moralistas, ni asomos de maldad por ningún lado. Mecánica y analítica la respuesta.

Si. La cinta marca algo que me repugna constantemente de las Iglesias. De todas. Su politización y falta del espíritu de compasión que en sus inicios les permea. A algunas. Otras nacieron  pútridas, pero no heriré susceptibilidades.

En lo particular pienso que Jesús en su Segunda venida o Parusía, cuando observe lo que han hecho en su nombre sus agremiados, se clavará él solo a la Cruz. De nuevo.

Eso me lleva a pensar, en ese tan cacareado Juicio Final por el norteamericano Robert Fitzpatrick,  que sucederá mañana y estamos informados de ello por un pastor llamado Harold Camping, cuyo cálculo esta  basado en la numerología. Creo que nadie le ha dicho a este ilustre patriarca que el Dios que sigue prohíbe ese tipo de prácticas en la Biblia. Quién soy yo para corregir a un elegido del Señor, puedo argumentar.

Diré lo mismo que cuando esta mañana mi pequeña sobrina Nanny me abrazó con miedo. No pasa nada. El mundo se le acaba a quién se muere. Y aún en ese caso, hay esperanzas de una vida eterna. Dudo. Es cuestión de fe, no de razón, opino.

Mañana lo sabremos. Pero mi fe es que no sucederá nada.

Acordándome del Dios en el que me gusta pensar, una canción acorde a la ocasión y de mis favoritas, debo decir: Saving Grace, de Everlast.

 

“God knows my name” . Los veo en el Juicio Final muchachos. Después del acontecimiento, yo les invito una cerveza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario