viernes, 15 de febrero de 2013

Among Zombies.

 

No fue en un gran estallido. No comenzó un día por noche ni en la mañana del otro día – dijo, mientras abría con dos dedos la persiana metálica para asomarse hacia afuera- No fue de improviso. Fue tan lento, tan metódico, tan imperceptible, que no lo vimos venir. Menos aún detenerlo.

Como la marea lentamente se lleva la arena de la playa al fondo del mar, supongo que sucedió. Mientras que esperábamos que la catástrofe que aniquilaría a la humanidad viniera en un estallido resplandeciente que arrasara con todo y preveíamos para desastres de ese estilo, este nunca lo vimos venir.

Nunca nos dimos cuenta, entre pagar deudas, comprar víveres y discutir por quienes debían hacer las labores domésticas, que nuestros niños ya no despegaban los ojos de los dispositivos electrónicos.-

Recargó la escopeta, mientras afanosamente buscaba un encendedor en sus bolsillos.

No nos percatamos que caminaban por las calles con los hombros caídos, con las miradas fijas en el dispositivo que traían en una mano, otrora en las dos. Que no se fijaban ni en su seguridad al desplazarse.

Debimos saber que las estadísticas de accidentes en lugares públicos se elevaron alarmantemente. Que la población joven se estaba muriendo a pasos agigantados, con los ojos fijos en una pantalla de LCD, mientras nosotros discutíamos qué era lo mejor para ellos.

Aún así, no notamos nada cuando buscamos en qué capacitarlos. Nosotros éramos mayores ¿No?

Nos debían respeto y obediencia. Sabíamos claramente que era lo mejor para ellos. Los capacitamos para ser productivos en la sociedad: creamos licenciados, ingenieros, obreros, médicos con ellos.

Y no fuimos capaces de darnos cuenta de que seguían con los ojos fijos en las pantallas LCD, en las LED, en cualquier punto de acceso a Internet. Que todas sus respuestas, todas sus necesidades estaban ahí. No necesitaban pensar. Todas las pruebas, todos los exámenes, de alguna manera ya estaban colgados ahí. Creamos enormes enjambres de zánganos que no tenían que pensar. Nosotros mismos habíamos puesto las respuestas a todo en la Red.

La única diferencia sustancial es que nosotros habíamos descubierto las respuestas, por eso las escribimos. Ellos sólo las leyeron. Las leyeron y repitieron como un mantra. Sí, exactamente como un mantra: sin tener ninguna idea de cómo o porqué funcionaba, pero sabiendo que funcionaba.

¿Para qué relacionar las plaquetas con detener un sangrado? Sólo era necesario cerrar la herida y automáticamente la herida sanaría. Para ellos no era necesario saber que las plaquetas cumplen esa función en el organismo y que un conteo bajo de plaquetas significaba la incapacidad del cuerpo para cerrarse ante una agresión.

Puedo ponerte miles, millones de ejemplos de ese estilo. Únicamente memorizaban. No aplicaban la lógica, no inquirían , no generaban hipótesis. Ya todo esta hecho y es rápido el acceso al a información.

¿Para qué pensar? Ya todo esta escrito.

Cuando por la misma edad, reemplazamos a los mayores con los nuevos empleados, pudimos sospecharlo. Pudimos ver que estaban tan automatizados que carecían del criterio de cuando o porque jalar de la palanca para maniobrar una grúa de demolición, por ejemplo. La jalaban ostensiblemente, sin control o dirección en las demoliciones.

La idea era destruir ¿no? No importaba como fuera, cuántos compañeros mataban al usar irresponsablemente el aparato. No sentían la mínima empatía por sus semejantes, ¿que les iba a importar otro que no fueran ellos, si no interaccionaban fuera de internet como no fuera para copular o embriagarse? Simplemente los delegábamos en puestos de menos responsabilidad para que no estorbasen. Una solución de forma. más nunca de fondo

No tenían vínculos entre ellos. Su único lazo con otro, era estar en el muro cibernético de alguien más al que nunca habían visto físicamente y al que llamaban amigo.

Ni para cazar crean comunidades. Cazan en grupo, porque todos corren atrás de la misma presa, para ver que le pueden arrebatar, no por un bien común. Por eso se arremolinan alrededor de esta y en el proceso se arrancan partes ellos mismos.

Mueren desangrados en las calles porque saben vendar y suturar, pero no comprenden el concepto abstracto de bacterias o patógenos. Memorizaron todo, pero no son capaces de hilvanarlo en un pensamiento lógico.

Debimos entender cuando empezamos a ver que solo memorizaban y no eran funcionales. Las pocas voces que en eso tiempos vociferaban el error que estábamos cometiendo, fueron silenciadas. Sus mismos padres defendían el horror de sus hijos, en pro de su seguridad y felicidad.

¿Felicidad? Ya no sabían ser felices. No sé si alguna vez, fuera del útero materno, lo fueron. No conocen más que de drogarse, de fornicar como animales. Son menos que animales, porque los animales tienen un propósito: vivir. Estos únicamente languidecen esperando que un accidente los borre de la faz del Planeta.

Y así comenzó el colapso económico: al no haber gente que produjera las necesidades de todos , comenzó la escasez. Los que formaban las plantas productivas se retiraban por la edad, y los jóvenes reemplazos eran incapaces de sustentarla. No eran capaces de producir, no eran suficientemente entendidos como para seguir órdenes ni entender procedimientos. Se limitaban a vernos con ojos huidizos con burla y sorna, vidriosos no de sueño sino de algún narcótico colocado en su desayuno antes de ir a trabajar. 

Ajustó las protecciones de su traje, mal armado con partes de un equipo de Hockey y una uniforme de empleado de gasolinera.

Pero ya eran demasiados. Éramos demasiados en todo el mundo, como para sobrevivir sin producciones. Ellos no sabían cultivar la tierra, aún menos criar animales. Así que optaron por la opción natural más simple.

Empezaron a cazar a las presas más fáciles: a ancianos y a niños.

Pronto los panfletos de personas desaparecidas inundaron las calles. Niños no había muchos, pero fueron los primeros en desaparecer. Estas generaciones no estaban interesadas en tenerlos, y los pocos que nacían obra de su lujuria, morían inevitablemente por el descuido de sus jóvenes padres. Los que lograban sobrevivirlos, fueron los primeros en desaparecer.

Inexorablemente, comenzaron a cazarnos. Los que aún estábamos vigentes y fuertes, pudimos defendernos, pero no éramos muchos. Dejaron de cubrir ese leve barniz social que aun tenían, y se separaron. Como dije, no cazan en grupo. Simplemente corren todos al ver a uno de nosotros, para destazarlo y destazarse entre ellos para saciar su hambre.

Pasan los días caminando por las calles, emitiendo sonidos guturales, no para comunicarse con los demás, sino para escucharse ellos mismos. En el fondo, creo que aún tienen ese impulso de escuchar una voz humana, que nos hizo conectar como sociedad. Pero su voz en la única que escuchan en gemidos ininteligibles. Vestidos con jirones de ropa, producto de la última ropa que se pusieron , apestando a excremento y alcohol, si es que encuentran botellas de alguna olvidada cosecha en la casa de algún desafortunado que seguramente ya se comieron.

Jaló las hebillas de mi casco y las hombreras de americano, un deporte que nunca he visto y que me quedan tal holgadas que dudo que me protejan de algo.

La única herencia que puedo dejarte, es la educación que te he dejado. La lógica y el pensamiento que nos hizo dueños alguna vez de este planeta. Es lo único que puedo dejarte como defensa contra ellos – dijo, mientras abría la persiana de nuevo y mirábamos las oleadas de zombies renqueando por toda la calle, sin destino aparente, pudriéndose vivos al sol-

Eres más inteligente que ellos. Pero no sé si eso será suficiente para mantenerte vivo en este repugnante mundo. Míralos, están vivos y pueden recitarte de memoria un poema de Neruda. Pero no saben quién es o comprender el amor que inspiró esos versos. Este es el mundo que te lego, hijo.

Apretó la quijada mientas me decía:

Son tan reacios a pensar, que lo único que no se comen, es el cerebro de sus presas.

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