jueves, 14 de octubre de 2010

PEACE

Comenzó con un trinar lejano, muy lejano, perdido entre el silencio de un amanecer. Lo escuchaba en la lejanía, dentro de una burbuja que amortiguaba su potencia mientras hacía eco del silencio matinal .

Un luz dorada que traspasaba mis párpados entre matices de un leve rojizo que envolvía toda la atmósfera que me rodeaba, mientras por el cuerpo me recorría una sensación abrumadora de un calidez que no hostigaba y que invitaba a la inmovilidad.

Aroma a lavanda y jazmín embriagaba el ambiente, que evocaba tiempos pretéritos cuando el alma era más joven e inocente, cuando se asomaba sin miedo a lo novedoso, con una curiosidad apasionada y llana de conocerlo todo, de abarcar el Infinito desprovisto de pesares y angustias.

Giré el cuerpo mientras encaraba le fuente de calidez velada a través de unas tenues cortinas, que se movían con la levedad del tiempo eterno en tanto la brisa les obligaba.

Abrí los ojos con una mirada desenfocada, que veía un punto lejano y observaba nada, mientras el trinar se oía cercano, cuanto más la calidez se mantenía, en tanto la fragancia embargaba contundentemente el olfato.

Durante treinta segundos, continué en ese estado. Treinta segundos, que para mí representan la paz interior, el estar en paz con y en el Universo. Siendo Uno Con Todo, parte del intrincado tapiz del Destino.

Súbitamente, como si se hubiera roto una burbuja, regresé a la realidad y de golpe comencé a registrar el ruido de los coches, los gritos de la gente, los estruendosos camiones. La cacofonía de la realidad.

Todos tendremos un momento de absoluta paz con el Universo, cuentan los budistas. Ese fue el mío. Un despertar de un día cualquier, en un lugar común a mi, en una situación común. Un momento común, para ser uno con el Universo.

Jamás he estado tan en paz de nuevo después de ese instante en la eternidad. Pero creo que todos debemos vivir un momento así.

Para buscarlo de nuevo, en la eternidad.

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