viernes, 25 de marzo de 2011

EL SUMO INQUISIDOR

-Bien. Has logrado llegar hasta este sitio. Me tienes amarrado a la bondad de tu misericordia, al libre designio de tu noble voluntad- dijo, con gran tranquilidad el Inquisidor, inexpresivo de rostro desde su empotrado trono en la pared.

-No me extraña que estés aquí. Te esperaba eternidades atrás, preguntándome cuando sucedería la lóbrega noche en que vendrías, atravesando todo lo que tuviera a bien intentar detenerte. Sabía que no habría voluntad más fuerte que aquella que te anima. Eso lo admiro – admitió, con cierto resentimiento, mientras caminaba hacia él – Incluso, te esperaba con esa misma expresión desafiante, fría y templada.

Conocía de antemano que vendrías solo. Que esta conclusión sería una partida de ajedrez entre dos empeños por lograr un propósito a disgusto. Sé que no te gusta tu intención. Sé que a mi no me place la mía. Que ambos somos objetos del destino obligados a encontrarse de frente y chocar con estrépito para conocer la determinación de esta situación, de esta épica realidad. Todavía tu contradicción azota mente y corazón. Conoces que es lo correcto; aun así, no apruebas el método, más no desviaras el último golpe certero de tu acero.

Henos aquí. El final predecido.- suspiró, con cierta satisfacción.

-Yo conocía que venia.- contesté - Intuía que tú al igual que yo advertías de que este desencuentro se llevaría a cabo. El duelo de voluntades, de correcciones del destino a mi visión nos llevaría a este término aciago. Aciago en verdad, porque un día fuimos amigos. Me llevaste de la mano al camino que mi sombra ahora recorre.

¿Cuándo solté tu mano fuerte por desconfiar de tu entender?

Desconozco cuando aconteció. No veo cuando disentí de tu visión del mundo, la única que yo conocía. Pero un día lo supe. Supe que esta senda a pesar de que nos llevaba juntos, en algún instante nos separaría para alegar entre nuestras divergentes opiniones. Caeríamos en este dilema: en que tengo que acabar contigo para continuar transitando la vida. Acción en la que no hallaré placer – repliqué, con voz profunda y la amargura que te da el recuerdo de tiempos de gran solaz.

-Tu ya no eres el mismo espectro que yo conocí. En cambio, yo sigo siendo el hombre que tu conociste, el Sumo Inquisidor. Tu eres diferente. Eso es lo que nos hace padecer hoy. Es tu decisión de ser lo que eres este día, lo que nos enfrenta con cruda resignación. – aseveró más para sí mismo que para mi – Pero déjame darte un ultimo consejo. Una última advertencia, en nombre de los amigos que un día fuimos.-

-Escucho-

-Yo me iré, por tu mano. Pero otro vendrá. Es inevitable como la marea que horada la roca del acantilado que mira el océano.

Recuérdalo. Otro vendrá. Quizás estés preparado para él, ahora que me has conocido. Quizás no. Pero vendrá. Cierto estoy.

Entonces entenderás que lo único que le permitirá actuar, es la inactividad de un hombre virtuoso. La apatía de un hombre honesto. Siempre es la causa que les permite ejercer su influencia. Porque amén de ese siguiente, vendrá otro. Y otro. Subsecuentemente, siempre habrá uno en camino.

Recuérdalo. Siempre habrá uno.-

Me miró ya sin desafío, con la apacible resignación de aquel que percibe que su trabajo esta hecho.

Mirándole a los ojos, alcé la espada manchada de sangre.

La espada cayó, desdibujando la realidad a la que había estado atenido. Para dibujar, una nueva realidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario