jueves, 27 de mayo de 2010

CARTA A MICKEY

28 de Mayo de 2026

Hola Peteño. Qué raro debe sonarte que te llame así, hoy precisamente que cumples dieciocho años y ya eres todo un hombre. Pero en el momento en que escribo esto, aún tienes dos años, y estás sentado en tu sillita roja, mirando la televisión.

¿Qué por qué lo escribí, y no te lo estoy diciendo directamente?

Tiene una razón. Al día de hoy, no soy bueno para decir las cosas de viva voz. Me cuesta mucho trabajo. Tal vez para este tiempo, ya he cambiado, y no haya necesidad de que leas esta carta. Pero como no puedo estar seguro de ello, por eso la escribo. Aún no sé como te la haré llegar 16 años al futuro, pero algo se me ocurrirá; creo firmemente en ello.

Estoy seguro, de que nos hemos divertido mucho este tiempo que hemos pasado juntos. Supongo que he asistido a tus eventos especiales y en tu vida diaria. Que estuve ahí cuando fuiste por primera vez a la escuela, en tus festivales escolares, cuando se te cayó tu primer diente (hoy ni siquiera los tienes completos), para ver tus primeras calificaciones. Que también estuve, para levantarte cuando te caíste de la bici que seguramente algún día he de comprarte, para enseñarte a hacer las letras en tus cuadernos, y para llevarte a comprar mil y un fruslerías que seguramente se te antojarán. Sólo el destino sabrá que cosas inventen en este tiempo, pero seguramente las querrás.

Has de ser todo un hombre. Te imagino igual que tu padre: de estatura regular, cabello enrulado, fornido, con la ancha espalda que ambos heredaron del abuelo, los ojos marrones de la familia y la nariz de tu madre. Tus padres deben estar muy orgullosos de ti. Yo también lo estaré, no tengo la menor duda.

Habremos hecho nuestro mejor esfuerzo, porque seas mejor que nosotros, como tus abuelos se esforzaron para que nosotros fuéramos mejor que ellos. Que aspiráramos a las estrellas, sin dejar de mirar la tierra. Esa es la lección que te dejaron tus abuelos; no los olvides nunca. Jamás olvides quién eres y de dónde vienes, pero que eso no limite a dónde vas.

Seguramente, aún ahora te has de pelear alguna vez con Erick y Daniela; no ha de ser fácil convivir tres adolescentes sin tener ganas de matarse de vez en cuando. Cuídalos. Cuando nosotros ya no estemos, de lo único que puedes estar seguro es que ellos son tu familia, y al final, son los que estarán a tu lado cuando todo esté más obscuro. Y yo necesito saber que se cuidarán entre ustedes.

Tenme paciencia. Tendré 48 años. Seguramente seré un viejito gruñón y regañón, que te parecerá fuera de moda y con conceptos arcaicos de lo que esta bien y esta mal. Seguramente será así: la vida cambia tanto, que lo bueno y lo malo a veces tienen que adaptarse a situaciones nuevas, a las que no tuvimos que enfrentarnos como ustedes ahora. Pero creo que algo que habrás aprendido de mí, es que los conceptos básicos no cambian. Recuerda la regla de Oro: No hagas a los demás, lo que no quieras que te hagan a ti. Pero defiéndete; habrá gente que confunda la nobleza con estupidez. A esos no los necesitarás cerca.

Usa el corazón. Te guiará a lugares insospechados, y en ocasiones, tendrá más lucidez que tu mente. Equivócate. De los errores aprenderás más que de tus victorias, por dolorosos que sean. Pide perdón cuando sea necesario. Ríete. Un hombre que no ríe, es uno que no ha encontrado sentido a estar en esta vida. Ríe con el alma, ríe aunque no tengas ganas; eso siempre alegrará tu espíritu.

Me escucho como el poema de Martín Fierro, dándote consejos que no me has pedido. He de parecer sumamente imperativo. No, no te los impongo. Solamente te los recuerdo, porque cierto estoy, de que ya los aprendiste de nosotros.

Sólo me queda una cosa por decirte: te quiero mucho chico. Te quiero tanto como el día que te vi nacer; tanto como el día que me paré frente a un altar y prometí cuidarte para que fueras un buen hombre. No lo olvides nunca.

Ahora, me voy. Ya terminó tu programa en la televisión, y quieres ir al jardín, a ver a tus abuelos, y a la Luna. Si, tú también te embobas viéndola. Algún día he de preguntarte tu motivo.

Y te tomo de la mano, esa mano que hoy cabe diez veces en la mía, mientras me sonríes con tu carita de conejo, mientras gritas “¡Tito, Tito!!” llamando al abuelo, y te llevo a dónde quieres ir.

Y así será, por la eternidad.

Con amor,

Tu Tío

Peteno

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