martes, 12 de enero de 2010

NO, YO TAMPOCO CREO YA . . .

El domingo, por motivos que no tiene caso exponer, terminé en una muy buena tarde en el Centro de la Ciudad de México. Vi y me entere de muchas cosas que yo desconocía acerca de esas calles, puesto que casi no salgo de Republica del Salvador y Uruguay

También pase por la exposición de “Vampiros y hombres lobo, mitos y realidades” ahí en el Museo del Policía, en la calle de Victoria No 83. Esta muy buena, bueno, sino tienes ni idea del mito del vampiro, porque da una visión muy general de los mitos y hechos alrededor de mundo de este tema. De los hombres lobo, como la mantequilla en el pan: nomás un embarrada :D

Pero eso no es lo que voy a contar.

Veníamos caminando rumbo al Zócalo como por ahí de las 7, cuando de una de las construcciones de laminas como pasillos alrededor nos sale un hombre de unos 45 años, vestido casualmente, de corte caucásico, sangrando de un brazo.

Ok, que le habían robado la camioneta, que se llevaron su celular, que le habían dado un navajazo, que si no teníamos 26 pesos para que regresara a su casa, puesto que necesitaba los papeles de su camioneta para dar el alta de robo y allá tenia las copias. Que los policías ya habían radiado el sector para buscarla. Imagínese todo esto, mientras la sangre gotea en el pavimento escurriendo desde el brazo.

Yo no sé, pero me parecía poco verídica su actuación. Mientras hablaba, yo sopesaba las probabilidades de que fuera cierto. Su ropa parecía de buena calidad, se veía limpia, de marcas conocidas, su tipo racial parecía de alguien del sur de la ciudad, Tipo Santa Fe.

Pero había detalles que no me cuadraban. Si tenia seguro la camioneta ¿No se supone que te asisten en casos así?. Le ofrecimos el celular para que llamara, no quiso. Le dijimos que le acompañábamos a la delegación o a un hospital, se negó igual. Solo estaba frenético por obtener los 26 pesos que necesitaba para ir a casa (¿A dónde vas en esta ciudad que necesites 26 pesos? Tampoco quiso decirlo). Empecé a pensar que estaba en shock, pero después de formularle dos o tres preguntas básicas, comprobamos que estaba lúcido, tan lúcido como era posible en aquella situación.

Al final, ante la duda, el frio y lo solo que estaba el Zócalo, le dimos 13 pesos. La mitad de lo que supuestamente necesitaba.

Se siguió caminando y yo solo lo seguí con la mirada mientras pude. Ahí hice el descubrimiento de que ya soy un perfecto capitalino: Ya no le creo a la gente . . .

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